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LA SEGURIDAD PRIVADA ANTE LA PANDEMIA COVID-19

De principio a fin, 2020 habrá sido un año atípico e, incluso, trágico. Aunado a más de 500 mil vidas perdidas como consecuencia de contagios y complicaciones del COVID-19, en muchas décadas no se había vivido una inmovilización generalizada de todos los sectores a nivel global, con afectaciones descomunales tanto para inversionistas y empresarios, como para empleados directos e indirectos, los sectores económicos que consiguieron mantener la demanda habitual por sus bienes y servicios han sido la excepción.

En términos de seguridad, la incertidumbre económica, la disminución de ingresos y el estrés social tendrán como consecuencia un incremento en la incidencia de un gran número de delitos, violentos y no violentos, desde aquellos considerados de cuello blanco como la evasión fiscal, fraudes, desvío de recursos, hasta los de alto impacto como el secuestro, robo con violencia, violación y homicidios.

 

NUEVAS NECESIDADES

La seguridad privada figura en este contexto de inestabilidad social, política y económica como una actividad esencial, que por un lado complementa la labor de las fuerzas públicas para inhibir conductas como saqueos, farderismo, robo hormiga y otras tentaciones que la población más vulnerable puede tener ante sentimientos de injusticia y frustración por el desempleo, recortes salariales y otras medidas que han sido necesarias por parte de muchas empresas y, por otro, funge como garante del retorno a las operaciones de cada sitio, resguardando cada activo en ausencia del personal regular.

En particular, los sitios con poca o nula operación se vuelven más demandantes de un esquema de seguridad robusto, que detecte e impida intrusiones, fallas técnicas e, incluso, contagios por uso inadecuado o insuficiente de equipo de protección personal y apego a consignas de higiene y sana distancia dentro de las instalaciones.

Cada vez en mayor medida aparecen formas de implementar sistemas de vigilancia remota, que de forma paralela a los sistemas presenciales, detectan situaciones de riesgo desde fases previas a su culminación. Así, monitoristas especializados de la mano con dispositivos de detección temprana, son capaces de responder ante los primeros síntomas de un acto delictivo y con ello disminuir considerablemente el quebranto en bienes materiales y afectaciones a la integridad física de personas en sitio.

Se insiste mucho que con la pandemia hemos aprendido a valorar la labor de aquellos que nunca dejaron de acudir a sus centros de trabajo, exponiendo sus vidas tanto en trayectos como en los propios sitios. El equipo de protección personal, incluso cuando se utiliza meticulosamente, únicamente reduce, mas no elimina las posibilidades de contagio.

Por ello, y sin menoscabo al resto de las profesiones y oficios, todas aquellas personas que trabajan en los sectores de salud, alimentación, farmacéutico y seguridad, más allá del debido reconocimiento a su valentía, esmero y compromiso con salir adelante de esta compleja situación, merecen que sus ingresos y condiciones de trabajo sean reconsiderados.

Es justo que, adicional al aplauso bien merecido, se busque acordar con quienes reciben estos servicios disminuir la duración de los turnos, incrementar la frecuencia de los descansos, bonos por buenos resultados, prestaciones superiores a las marcadas por la ley. Que este año sea el que marque un antes y un después en la dignificación de labores sin las cuales no hubiera sido posible hacer frente y dejar atrás una crisis económica y sanitaria de tan alta gravedad como la que estamos intentando sortear.