EFECTO MARIPOSA Y RESILIENCIA
Se denomina “efecto mariposa” a la situación hipotética de que, en un sistema dinámico caótico, una pequeña perturbación inicial (el aleteo de una mariposa) que pasa desapercibida o es minusvalorada, puede amplificarse y provocar, a corto o mediano plazo y en otra ubicación, una perturbación mayor (una tormenta).
El concepto del “efecto mariposa” se desarrolló a partir de los trabajos del meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz, con su teoría del caos para explicar el comportamiento caótico de sistemas inestables, como los fenómenos meteorológicos. De manera similar a otros avances en la historia de la humanidad, como la manzana de Newton y la Ley de la Gravitación Universal (¿qué hubiera pasado si la manzana no cae en ese momento y en ese lugar?), la identificación de este efecto se derivó de una diferencia aparentemente ínfima en el manejo de decimales al alimentar los datos iniciales (0.506 contra 0.506127) en un complejo sistema de ecuaciones.
El potencial de amplificación del “efecto mariposa” está determinado por las facilidades para su propagación, que a su vez depende de la conectividad dentro del sistema, que puede facilitar o dificultar la propagación de bienes o males. Para estos efectos se tiene que la globalidad, característica relevante de la sociedad actual, se sustenta en una gran conectividad y movilidad, lo cual propicia y facilita la propagación de este efecto. Y la mejor muestra de ello es la actual pandemia del SARS-CoV-2, o COVID-19, en la que un “leve aleteo” de un murciélago, en Wuhan (China) provocó una “tempestad” global en unos meses.
La repercusión del “efecto mariposa”, en forma de bienes o males, grandes o pequeños, inevitablemente genera cambios, que a su vez provocan algún nivel de crisis, las cuales, como lo describe la dualidad del ideograma chino, puede constituir un peligro, si no se sabe manejar, pero también puede ser una oportunidad, para salir adelante e incluso aprovechar para mejorar, de tal suerte que los que salen adelante no son los más fuertes o poderosos, sino los que mejor se adaptan a los cambios, en una dinámica que se conoce como resiliencia.
¿QUÉ ES LA RESILIENCIA?
Se entiende por resiliencia a la capacidad para adaptarse de manera gradual y progresiva a nuevas condiciones, en particular adversas, y se le puede considerar como un atributo fundamental para posibilitar la supervivencia en situaciones caóticas, inestables y, por ende, impredecibles. Capacidad que debe ser resultado de un balance entre la ortodoxia, que aporta elementos de referencia, y la creatividad, que aporta la innovación ante nuevas condiciones, ya que no es posible ser resiliente basados sólo en la ortodoxia, que no admite variaciones, y no es conveniente basarse sólo en la creatividad, porque se corre el riesgo de perder el sentido.
La resultante de esta dinámica suele ser escenario de una “nueva normalidad”, que puede ser tanto de peligro como de oportunidad, y en este sentido la aportación de mayor valor suele ser la creación de nuevas opciones, o al menos el aceleramiento de cambios que, de alguna manera, ya se venían gestando. Y un ejemplo de ello se puede apreciar con el fenómeno de la actual pandemia del COVID-19, con una “nueva normalidad” consistente en la práctica de medidas preventivas, como el distanciamiento social, la higiene personal y el uso de cubrebocas, además de restricciones a la actividad física, y de manera muy destacada por la proliferación de nuevos recursos como las plataformas virtuales y el teletrabajo.
CAMBIOS-CRISIS-RESILIENCIA EN LA SEGURIDAD
La naturaleza dinámica y heterogénea de la seguridad la convierte en un entorno de comportamiento caótico e inestable, tanto motu proprio como por su vinculación inherente a la conducta social y humana. Por ello, constituye un ámbito susceptible de experimentar alguna forma y grado del “efecto mariposa”, así como la dinámica consecuente de cambios-crisis-resiliencia, con toda clase de peligros y oportunidades. Y el mejor ejemplo de ello, es esta misma situación de la pandemia del COVID-19, que ha provocado la integración de nuevas responsabilidades a las tareas de seguridad, enfocadas a la aplicación, observancia y cumplimiento de las restricciones sanitarias.
Sin embargo, este fenómeno del “efecto mariposa” se puede presentar en muchas otras formas y situaciones, por lo general más sutiles, que se enmascaran en las rutinas de la cotidianeidad, de tal suerte que no se hacen evidentes hasta que las consecuencias son visibles, por lo regular como daños. Formas tales como cambios leves, graduales y progresivos en los patrones de conducta de las personas, o bien en discrepancias entre los ingresos conocidos y las posesiones materiales o actividades sociales exhibidas, que pueden ser o no indicadores, que no evidencia, de desviaciones no aceptables bajo alguna normatividad.
El problema para detectar estas situaciones es que la rutina de la cotidianeidad, en que se suele ver inmerso el personal de seguridad, produce una especie de espejismo, que induce a suponer que todo sigue igual, con un virtual efecto de escotoma (la mente ve lo que quiere ver), y se desestiman, minusvaloran o de plano pasan por alto esos pequeños detalles que deberían servir como indicadores de alertamiento.
Asimismo, un problema adicional es una resistencia al cambio que suele desarrollarse en entornos rutinarios, porque obliga a abandonar la “certeza” de una zona de confort conocida, inducida por la ortodoxia, y desplegar un esfuerzo de creatividad para enfrentar las nuevas condiciones.
Para propósitos de efectividad, la seguridad, por su vinculación inherente a la dinámica humana, debe enfocarse como un contexto multifactorial concurrente, en el que se debe prestar atención a los detalles, y actuar de acuerdo con las circunstancias, sin descartar ninguna posibilidad. Y un ejemplo ilustrativo es la forma en que se interpretaron los primeros reportes de la pandemia del COVID-19, desestimando su potencial de riesgo, hasta que se extendió sin control a nivel global. Por ello, lo más conveniente es que el profesional de la seguridad detente la capacidad de alerta para no caer en la rutina, de dar las cosas por hecho, y potencial de resiliencia para lo que sea necesario. Y estar preparado para considerar incluso lo que nunca había sucedido antes.