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Los Hábitos de Prevención son la Base de una Robusta Cultura de Seguridad

Evolucionar a una cultura de previsión es, en esencia, hacer de la seguridad un hábito y es que hacernos más seguros es construir hábitos positivos alrededor de la prevención. Los hábitos no son un reflejo, es decir, no están precargados en nuestro software mental. Al contrario, requieren del esfuerzo consciente y sostenido para adquirirlos y hacerlos parte de nuestra vida. Así como el sueño, el hambre o el vestido forman parte del sistema de supervivencia del individuo; despertar a una hora determinada, ingerir alimentos saludables, usar un sombrero para evitar el sol, son hábitos que vamos incorporando con el tiempo hasta hacerlos rutina y, en muchos casos, pasan de padres a hijos convirtiéndose en creencias, pero, para ello, requieren un proceso previo de maduración para asimilarlos.

Podríamos decir que los hábitos son circuitos cerebrales que, por repetición, ya sea porque nos generan bienestar al practicarlos, nos hacen más eficientes, o forman parte de nuestras creencias, se marcan como caminos de alto tránsito en las redes neuronales hasta un punto, que, sin pensarlo, los ejecutamos automáticamente. Este proceso de creación de hábitos puede definirse como aprendizaje y es una función presente en prácticamente todos los animales con cerebro. Una de las características que define a una cultura es el conjunto de sus hábitos comunes. Esto es válido para un país, una comunidad o una empresa, así como lo es para una persona.

Vista la realidad, podemos decir que la seguridad, sin lugar a duda, es un hábito. Puede practicarse o no; el hábito puede ser bueno o susceptible a mejorar, pero lo mejor y más importante es que siempre puede aprenderse. Construir hábitos positivos de seguridad, debe ser entonces un objetivo de las organizaciones interesadas en crecer en previsión. Estos buenos hábitos compartidos y practicados por todos van a formar parte de una robusta cultura.

Existen múltiples vías para la formación de hábitos, vamos a referirnos a dos de ellos considerados altamente efectivos.

APRENDEMOS LO QUE RECORDAMOS

Detrás de la formación de cultura de seguridad debe construirse un programa que mantenga permanentemente la prevención en la agenda estratégica y operativa de la organización. Su transmisión debe ser de forma sencilla y rutinaria ya que así producirá certeza y, por tanto, generará seguridad.

Para ello, podemos utilizar elementos tales como una señalización adecuada y la divulgación de mensajes contundentes sobre temas de seguridad para sembrar la cultura.

También podemos adoptar prácticas tales como iniciar toda reunión con un reporte actualizado de la situación de seguridad; o asegurar que el ingreso de nuevo personal venga precedido de una inducción, así como mantener al personal informado sobre la evolución y tendencias en seguridad.

Para que una idea o concepto sea recordado, debe competir con infinidad de prioridades que pasan por la mente. Por ello, la seguridad debe asociarse como algo útil y beneficioso para la vida. Celebrar la no ocurrencia de incidentes durante cierto periodo y premiar la labor de prevención enfatizando el valor agregado al contribuir a la continuidad de las operaciones y reducción de las pérdidas, puede generar un efecto más positivo en el comportamiento del personal a largo plazo que publicitar y aplicar las sanciones correspondientes ante la ocurrencia de algún incidente. De esta forma, estaremos comunicando los valores positivos de la seguridad que se desea desarrollar y no tanto los aspectos negativos y el costo de no tenerla.

No esperemos que la gente recuerde aquello que una vez le enseñamos en un contexto aislado o muy teórico. Insertar conceptos de seguridad requiere estrategias de repetición y asociación con situaciones de todos los días. En este sentido, la disciplina es otro aliado en la formación de la cultura de seguridad. Para ello, el establecimiento de patrones de comportamiento, a través de la repetición, es fundamental ya que así promovemos acciones inmediatas de respuesta ante la ocurrencia de ciertos eventos; un ejemplo de esto es cuando le decimos a un niño cómo actuar en caso de que un extraño se dirija a él o le pida acompañarlo, el niño debe saber cómo actuar sin dudarlo; así mismo, en una organización el personal debe saber cómo actuar en caso de detectar alguna posible vulnerabilidad o amenaza. Hacer de la seguridad un hábito es uno de los objetivos más importantes de la seguridad y, como se indicó, existen múltiples vías para lograrlo. Sin embargo, la clave del éxito está en identificar un método que se adecúe progresivamente a la organización y medir sus avances.

TODOS SOMOS GUARDIANES DE LOS HÁBITOS

Una vez que la organización aprende el valor de la prevención, se comienzan a apreciar sus primeros beneficios, traducidos en tranquilidad y reducción real del riesgo.

Pudiera decirse que la pieza que completa el engranaje de la cultura de seguridad es la autoridad que adquiere aquel que se acoge a los nuevos hábitos y se transforma en custodio propagador de sus reglas y beneficios.

Para que se cierre el ciclo positivo de la transformación cultural, requerimos un conjunto de hábitos y sus conductas asociadas, bien identificadas y descritas en normas. De hecho, las normas son un excelente canal para institucionalizar y mantener la cultura de seguridad.

Estas conductas seguras pueden hacerse medibles y con ellas establecer un sistema de indicadores. Hábitos como no dejar objetos de valor o información sobre escritorios, reportar e investigar hurtos, o no hablar por teléfono en zonas públicas, pueden descomponerse en conductas medibles y establecer una escala para cuantificar el cumplimiento de esas prácticas.

Recordar lo útil que resulta la seguridad, formar custodios propagadores de la cultura y redactar normas que recojan el deber ser de la prevención, son los primeros pasos para que la seguridad forme parte de la cultura y permanezca en el tiempo.

ATRIBUTOS QUE DISTINGUEN A LAS ORGANIZACIONES SEGURAS

Existen ciertos atributos que distinguen a las organizaciones seguras, elevándolas sobre sus pares y otorgándoles, además, ventajas competitivas no sólo para sobrevivir, sino para tener éxito en entornos adversos. Algunos de estos atributos se describen a continuación:

1. Cumplimiento de las normas por  convicción  En una organización segura todos  cumplen, respetan y hacen cumplir las  normas. En ellas, se establece un sistema  de realimentación positiva en el que  todos cuidan de todos, produciéndose  esa sensación intangible de protección.  Cuando se cumplen las normas por  convicción se incrementan las relaciones  de confianza, se reducen las incertidumbres y se aumenta la calidad en todos  los procesos. En ese momento, todos  nos convertimos en guardianes de la  seguridad y se manifiesta la prevención  como una característica de la cultura  en la organización. Será entonces usual  encontrar que cuando observamos a  alguien que está chateando en el teléfono  mientras camina, le hagamos saber  que la distracción puede provocar una  caída.

Las normas son equivalentes a la seguridad y viceversa, de allí, que es de máximo interés ser guardianes del cumplimiento y vigilantes de nuestras conductas. Sin embargo, no por tener más normas una organización es más segura. Lo verdaderamente importante es que las normas que se implanten refuercen los objetivos de seguridad definidos y estén alineados a los objetivos e intereses de la organización.

En la medida que esto se logra, es más fácil que se dé el cumplimiento de las mismas por convicción.

2. Utilización de incentivos Un aspecto de máxima importancia, en relación al cumplimento, radica en premiar las conductas seguras y sancionar las que no lo son. Aunque no se observen resultados inmediatos, cuando premiamos o sancionamos el cumplimiento o no de las normas establecidas, contribuimos a que éstas se conviertan en un hábito y estamos construyendo una cultura de seguridad. Es importante identificar, a través de las normas, cuáles son las conductas premiables y cuáles sancionables. Por ejemplo, la anticipación actúa como catalizador para los objetivos de prevención definidos y, por ello, debemos premiarla.

Las sanciones, por otra parte, deben estar bien establecidas y comunicadas al personal, así como el por qué de su existencia, para que las personas entiendan que lejos de ser un capricho, su cumplimiento es una necesidad dado el potencial impacto y consecuencias a la organización. La implementación de las sanciones debe ser proporcional e incremental ya que sólo así se logra crear consciencia y formar hábitos.

3. Tener un programa de gestión de riesgos La manera más eficiente de abordar la seguridad es enmarcándola en un modelo de gestión de riesgos en el que las probabilidades de materialización y su impacto puedan ser determinados y las medidas de mitigación y control definidas.

Un programa de gestión de riesgos permite, además, la medición de la efectividad de los proyectos de seguridad y establecer parámetros de retorno sobre la inversión en función de los ahorros generados.

Existen diversos modelos de gestión de riesgos, unos más complejos que otros. En nuestro caso utilizamos el modelo MAP3S (Modelo Aplicado a la Prevención, Protección y Planificación de la Seguridad) definido en nuestro primer libro titulado Carta de Navegación para una Organización Segura. MAP3S brinda la metodología y las herramientas necesarias para la identificación y priorización de los riesgos, así como la definición de un Mapa de Ruta de la Seguridad que, en términos simples, consiste en un plan de trabajo, a alto nivel, para mitigar los riesgos identificados y gestionar la seguridad, logrando, a su vez, su alineación a los objetivos y estrategias de la organización. La aplicación de MAP3S permite definir y mantener actualizado, en unas pocas sesiones de trabajo, un programa efectivo para la gestión de riesgos. 4. Anticipar posibles escenarios La seguridad no intenta adivinar el futuro, sólo pretende estar preparada para cuando éste llegue. La información de seguridad y, más aún, el análisis o inteligencia sobre esa información es fundamental en la preparación a futuro. Las tendencias actuales contemplan que la Inteligencia corporativa complemente a la anticipación, agregando mayores valores probabilísticos de veracidad a los escenarios pronosticados.

Es una realidad que “quien maneja la información es quien tiene el poder”, por ello, la calidad de la información para la generación de pronósticos es un factor clave para la validez de éstos. Pronosticar escenarios a partir de la toma de decisiones permite mover piezas de manera calculada y por adelantado, generando conciencia previsiva en las organizaciones y, a su vez, realimentando la cultura de prevención. La conciencia anticipatoria es determinante en los procesos de planificación estratégica porque facilita el modelaje de la organización frente a su realidad, explotando sus fortalezas o exponiendo sus debilidades. Construir hábitos de prevención es uno de los objetivos más importantes de la seguridad. Existen múltiples vías para lograrlo. La clave está en identificar un método que se adecúe progresivamente a la organización y medir sus avances. Recordar lo útil que resulta formar custodios propagadores de la cultura y redactar normas que recojan “el deber ser” son los primeros pasos en un proceso que debe verse como permanente. Éxito en este camino y espero pronto recibir comentarios y experiencias.