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Miércoles 30 de Septiembre del 2020
Pablo Ortiz-Monasterio
La capacitación dentro de las empresas es una de las áreas de inversión más importantes, sin mencionar a la gran cantidad de beneficios que ésta aporta, hay que admitir que es una de las más difíciles de medir en términos de efectividad y rentabilidad. Gran parte de esa dificultad radica en la falta de entendimiento de lo que implica una certificación, y muchas inversiones son desperdiciadas por esto.
Por ello, los invito a reflexionar con una breve anécdota en la que el director de Finanzas le dijo a Henry Ford, director ejecutivo de Ford Corp: “¿Qué pasa si los capacitamos y se van?”, a lo cual Henry Ford le respondió: “Y ¿qué pasa si no los capacitamos y se quedan?”. ¿Si mi gente recibe un diploma está certificada?
La respuesta es no. En realidad, el tema de la certificación parte de la necesidad de tener un sistema educativo estandarizado, de manera que cualquiera que curse un programa de educación de un país, o revalide los estudios realizados en otro, pueda aspirar a la mismas oportunidades laborales. Bajo este entendido, los gobiernos de cada país son responsables de dictar los alcances de cada programa, y los parámetros de calificación, para que una persona pueda aspirar a ese certificado. A esto se le llama normalizar o estandarizar.
En México existen varios organismos certificadores, dependientes directa o indirectamente de la Secretaria de Educación Pública (SEP), entre ellos el Sistema Nacional de Competencias (Conocer) y el Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios (RVOE) —contrario a lo que muchos piensan la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) no es un organismo certificador—. Éstos tienen la obligación de evaluar a los aspirantes en contra del estándar nacional y emitir un fallo a favor o en contra de la certificación del individuo. Sin este respaldo, un diploma no es más que un diploma por haber participado, aunque en muchos casos éstos cuentan como créditos para mantener una certificación a lo largo de los años.
Estándar: lo primero que se requiere para una certificación es un estándar, bajo el cual se desarrollará un plan de estudios y más importante, de evaluación. Éste se crea con la finalidad de que todos los aspirantes reciban la misma formación y cuenten con la capacidad de enfrentar los mismos retos de acuerdo al enfoque de la enseñanza.
Evaluación: sin la medición adecuada no puede existir una certificación, ya que para emitir dicho certificado el organismo certificador requiere poder comprobar que el aspirante cuenta con las habilidades, conocimiento y experiencia adecuados para realizar una función determinada.
Conocimiento: esto es fácil, se hace a través de pruebas escritas, orales, etc., y es la principal herramienta de evaluación a la mano de cualquier organismo certificador. Habilidad: esto es menos sencillo, y requiere comprobar que el individuo es apto para realizar el trabajo, sobre todo cuando se trata de una función física, como la utilización de una herramienta o la realización de un trabajo en especial (vea cómo se crea una habilidad).
Experiencia: todo programa de estudios debe de preparar al aspirante con la experiencia práctica suficiente que le permita tomar decisiones dentro de su campo de enfoque y es una de las razones por las que la mayoría de las certificaciones permiten la presentación de diplomas como testimonio de la experiencia para recertificación o educación continua, incluso a raíz de esto se crean los programas de servicio social.
Y lo más importante de todo, estos tres factores deben de ser medidos con metodologías constantes, imparciales y con un respaldo científico que avale los resultados, de manera que las oportunidades sean iguales para todos los aspirantes. Si tu certificación no cuenta con todo lo anterior, aunque tenga la imagen de una institución educativa, te tenemos malas noticias, no es un certificado, es un diploma, y como tal no tiene validez oficial educativa ni de competencias.
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